Un día muy especial
Miren Irujo
Fue
un día muy especial. Un cuarto de siglo
antes Lizarra, bañada en el frío azul de un claro día de enero, había salido a
despedir a nuestro aitona. El apoyo de aquella muchedumbre sin límite que nos
acompañó en la larga caminata desde casa
hasta San Juan y luego al camposanto, nunca se olvidará. 25 años después, entre
lluvias tristonas, nos reunimos de nuevo - esta vez un grupo más íntimo - era
otro tipo de ocasión - para homenajear a Manuel y conmemorar su vida.
En
el cementerio hacía un frío de los mil demonios. Allí entre amigos y políticos,
colocamos flores en el sepulcro familiar. Un Manuel visionario nos contemplaba
por los ojos tormentosos del lienzo oleado que se había colocado en la tumba.
Después, acompañamos a las gemelas al sepulcro de su padre Fortunato y
recordamos con admiración a aquel hombre cuya vida fue sacrificada en un
momento de violencia inoportuna e inútil.
Al
rato volvimos al pueblo y allí en la plaza Santiago, en la casa que sirvió de
hogar a los Irujo, donde nació
Manuel, donde vivió con sus padres y hermanos y
luego con su hija, Mirentxu, nos reunimos de nuevo. En el balcón principal de
la primera planta se entrelazan en el hierro forjado la I y la O de “Irujo y Ollo” que diseñaron Daniel y
Aniana y que hacen destacar el balcón de la casa que tanto añoraron Manuel y
Mirentxu durante los largos años de exilio; la casa donde yo pasé los veranos
de mi juventud y cuyos íntimos detalles recuerdo aun ahora y hasta el último
rincón.
Me
sentía un poco nerviosa: aunque en inglés estoy acostumbrada a hablar en
público, nunca lo había hecho en otro idioma y pronto me tocaría dirigir unas palabras al grupo que se había reunido
para la ceremonia. Traía mis apuntes, escritos en pluma estilográfica y de
repente me entró el pánico al ver que las gotas que caían empezaban a disolver
mis palabras y que además, en vez de disminuir, la lluvia caía cada vez más
fuerte. Guardé rápidamente mi hoja. Vi que la alcaldesa – mejor preparada que
yo, - traía su discurso en funda de plástico y resolví pedírsela en cuanto
hubiese terminado su propia presentación.
Efectivamente, cuando llegó el momento, me la entregó con expresión un
tanto sorprendida, sin saber quién demonios era yo ni para qué necesitaría su
bolsa de plástico.
Entre
el público estaban los primos Irujo, Maite, Mariló y Pello y muchos otros
familiares y amigos, pero, como pasa a menudo en ocasiones especiales, por
razón de las distancias no habían podido asistir todos los nietos de Manuel .Desde Inglaterra me
habían acompañado mi marido Richard y nuestra hija Aurelia y
también estaba mi
hermano, Mikel, junto con su esposa y su hijo menor, otro Mikel, que, en traje
de dantzari, esperaba el momento que se presentaría a bailar el aurresku en
honor a su bisabuelo. Cuando empecé a hablar, me conmovió la idea de la
satisfacción que hubiera experimentado Manuel al ver a su bisnieto, euskaldun,
dantzari, decidido y comprometido con los ideales que había heredado. Miré
hacia las últimas filas de los que estaban reunidos allí en la plaza y levanté
la voz. Recordé a todos y cada uno de ellos. Me embargó ese cariño especial que
Manuel siempre sintió por su ciudad natal y conté como de pequeñas, Manuel nos
llevaba a Ane, mi hermana y a mi a la frontera de Hendaya para entregarnos a
los tios que cuidarían de nosotras durante los meses de veranos que pasaríamos
en Lizarra. Manuel nos solía dar una lista de instrucciones que en aquel entonces no nos parecían raras
aunque no comprendíamos del todo por qué tales pequeñeces resultaban tan
importantes. Nos decía :
“Quiero saber cuántos árboles hay en los
Llanos y cuanta gente se baña en las piscinas del Agua Salada. Bebe agua de la fuente de la Plaza Santiago y dime,
¿ a qué sabe ahora . ¿Cuántas tiendas nuevas han
abierto en el andén? Y, cuando
vayas a visitar a La Virgen del Carmen en San Miguel, fíjate bien con qué
flores decoran el altar…”
Cada
piedra y cada persona de esta pequeña ciudad tenía significado para Manuel y
poco a poco empezamos a comprender lo que era su vida de exiliado.
Por
fin llegó el momento de descubrir la placa y acepté este honor, emocionada por
el momento y por el baile de honor que realizó nuestro Mikel en homenaje al
aitona,
Ahora,
siempre que vuelvo de nuevo a Nafarroa, éste es el lugar que más me atrae. Hay
que venir - a saludar al edificio querido y a contemplar con cariño y
satisfacción la placa que recuerda la historia a las nuevas generaciones de
lizartarras, ya que en este lugar vivió Manuel de Irujo y Ollo, hijo de Lizarra
y defensor de la libertad.
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