Personalidad humana de Manuel
de Irujo
José María Jimeno Jurio (1983)
Políticos de todas las tendencias han reconocido la
bondad y la profunda humanidad, la honestidad y rectitud de intención de D.
Manuel de Irujo. Su actitud siempre dialogante, comprensiva, sin aristas,
democrática, de brazos abiertos con sinceridad, merecedora de respeto, e
incluso de admiración.
Virtud fundamental de D. Manuel fue la
fidelidad a unos principios éticos, religiosos y políticos, entre ellos el amor
a Navarra, a su patria vasca, por encima de los intereses personales e incluso
familiares. En la configuración de su personalidad humana influyeron, entre
otros factores, indudablemente, su padre, su tío, D. Estanislao Aranzadi, su madre
doña Aniana viuda en 1911, cuando el mayor de sus hijos estudiaba Derecho en
Deusto, la cual había de sufrir en 1936 cárcel y destierro, muriendo en
Argentina. Y su esposa, Aurelia Pozueta Aristizabal, fallecida el año de la
gripe, el año 18, dejando en manos de D. Manuel el que será su gran tesoro:
Mirentxu.
En honor a la verdad y la justicia, y
frente a quienes han acusado dentro del País a D. Manuel de burgués, debo comenzar resaltando uno de
los valores más acentuados y poco conocidos de su personalidad: su preocupación
por lo social. Recién terminada su carrera de Derecho, el año 12, comenzó a
ejercer como abogado en Lizarra. El primer caso, o uno de los primeros, que le
tocó defender, marcó, de algún modo, esa preocupación en el futuro. Ciertos
labradores de un pueblo próximo a Estella, dotados de mejores medios técnicos
que el resto de vecinos, habían roturado y privatizado terrenos comunales. Los
campesinos protestaron y acudieron a los tribunales, confiaron la defensa al
joven letrado y ganaron el pleito. A partir de entonces, Irujo se convirtió (y
de muy buena gana por su parte) en el abogado de jornaleros y desheredados,
cualquiera que fuera su ideología política. Viejos cenetistas y ugetistas de
las villas meridionales de Tierra Estella, curtidos por la lucha y la
represión, me han hablado de Irujo con respeto y hasta con admiración y afecto.
La espontánea cordialidad de su trato, la actitud sincera de comprensión y
apoyo, la decidida voluntad de solucionar problemas entre los campesinos,
motivó una corriente amplia de afecto, corriente que Goyo Monreal acaba de
calificar de irujismo.
Cuando las elecciones provinciales del año 21
convirtieron al joven abogado en diputado foral, llevó a la Corporación sus
inquietudes. Él, D. Manuel, fue el primer diputado navarro de la historia,
pionero y revolucionario, que planteó seriamente el problema de la Reforma Agraria.
Carácter emprendedor, generoso y
dinámico, reflejado en su peculiar estilo literario de frases cortas y
concisas, iniciativa y realización suya fue la creación de la Caja de Ahorros
de Navarra en 1921.
Como ministro de Justicia
visitó cárceles, habló con los reclusos, se interesó por sus problemas, mejoró
la realidad penitenciaria, mandó revisar procesos, canjeó y puso en libertad a
centenares de personas, se resistió a firmar sentencias de muerte. Las palabras
enérgicas y duras con que condena las muertes arbitrarías y defiende el derecho
a la vida, la democracia y la paz, contrastan con el optimismo, la alegría y el
buen humor habituales en él.
Esperemos, amigos, que un día esta
Navarra nuestra, sempiterna división entre godos y vascos, entre moros y
cristianos, agramonteses y beaumonteses, guiris y carcas, recobre la serenidad
y el equilibrio y que dirigentes y pueblo, respetando democráticamente las
diferencias ideológicas, nos afanemos, como el diputado foral Irujo, por
trabajar ilusionada y plenamente para resolver los problemas de nuestro pueblo.
Entonces será posible que Navarra, reconociendo lealtades, levante un monumento
a este hijo suyo, europeo y universal que se autodefinió como «cristiano,
demócrata, republicano y vasco».
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