El corazón de las
tinieblas, de Joseph Conrad, una obra maestra de la literatura, sirvió de
inspiración para otra gran obra de la cinematografía, Apocalipsis Now, de
Coppola. En la misma, el protagonista, a la hora de morir, pronunciaba las
mismas palabras que el personaje de la novela de Conrad: «El horror, El horror
». En ambas, podemos contemplar la esencia del hombre y su deshumanización, la
crueldad humana, la lucha por la supervivencia y un largo etcétera, ambos,
escritor y director, nos hacen partícipes del horror que habita en nuestro
mundo.
De horror se
puede calificar lo vivido en propias carnes por tantos miles de familias
republicanas, como es el caso de la familia Odria. No debió ser nada fácil para
las hermanas Odria Larrión crecer en el horror de la guerra, del exilio, de la
retirada, de los campos de refugiados, de los campos de concentración, de la
deportación y del maltrato en la posguerra.
Ana García Santamaría, cronista del sufrimiento y dolor de una familia
Estas mujeres,
entonces niñas, son representativas de muchas otras mujeres víctimas del
franquismo a las que nada ni nadie ha podido hacerles quebrar. Unas vidas
hechas de lucha, trabajo y sufrimiento. Huérfanas desde temprana edad, no
guardan un ápice de rencor y odio, aunque no olviden el daño que les
infligieron. En su libro El olvido que seremos, Héctor Abad, dice «Entendí que
la única venganza, el único recuerdo y también la única posibilidad de olvido y
de perdón consistía en contar lo que pasó y nada más». Y es que la expresión de
lo que de verdad ocurrió, la valoración de esos hechos acaecidos en el pasado
para que se clarifique la línea que separa los verdugos de las víctimas y el
desagravio de estas es la única manera de olvidar de verdad para poder seguir
adelante. Solo con verdad, justicia y reparación se hace posible el olvido.
Antonino Odria con sus hijos Jesús, Alicia, Puy y Lucia.
Lucia tenía 13 años cuando fue deportada. Hace
80 años de aquello. Desde siempre, esta mujer, prudente en sus manifestaciones,
ha tomado las riendas de la memoria familiar, pues ha hablado mucho durante
años para que se supiera la verdad de lo ocurrido. Es una mujer con el corazón
y coraje que se necesita para haber vivido el horror, sobreponerse y
sobrevivir. Una mujer que ha sabido exorcizar el pasado divulgando lo vivido.
En su corazón no hay cabida para el rencor ni el odio. Tuve la ocasión de
conocerla hace unos años. En aquel entonces me decía: «esto se tenía que saber
para evitar que se repitiera» «no debemos quedarnos calladas...nos hicieron mal,
mucho mal.... el silencio es cómplice ». Una profunda tristeza le ha acompañado
siempre. Como la mayor de las hermanas, se ha sentido responsable de todos y de
todo, por ello ha sufrido mucho. Todavía hoy se le humedecen los ojos cuando
rememora la última imagen de su padre cuando se lo llevaban los alemanes,
escena que se le ha gravado a fuego ...«era tan bueno ». Los hijos han crecido
con los «alemanes », como señala su hija Puy, refiriéndose al tema de la
deportación, del que su madre les ha estado hablando toda la vida.
Alicia tenía 10 años cuando fue deportada, según
su hermana Puy. Es la que más sabe, la más lista, la que más se acuerda y sin
embargo, la única que guarda silencio.
Jesús tenía 11 años. Murió unos pocos años mas
tarde, porque en la Casa de la Misericordia de Estella-Lizarra, las monjas no
le dieron los cuidados necesarios y cayó enfermo, señala Puy.
Ana entregando la medalla de Irujo a Lucía y Puy
Puy tenía 8 años recién cumplidos cuando fue deportada. Es la pequeña de las hermanas, muy trabajadora, muy activa y muy amiga de sus amigas. Muy unida a Alicia, tiene mucha comunicación con ella, ..«hemos pasado mucho juntas »... . Ha vivido de una manera positiva, sin olvidar el mal que les hicieron. Revela un carácter fuerte, del que no tiene miedo. La manera de afrontarlo ha sido diferente que Lucia. Era la más pequeña, aunque lo suficientemente mayor para recordar como una herida imborrable en el alma, el mal que les infligieron las monjas en la Casa de la Misericordia de Estella, donde fueron llevados al quedarse huérfanos. Las monjas, señala, «no me han dado más que fuertes pellizcos», a la vez que le decían ... «roja más que roja».. , «tu padre era rojo».. en públicas humillaciones. A veces se queja, no sin razón, por el abandono al que han sido sometidas por parte de la administración durante tantos años en los que nadie hizo nada, «es tarde» lamenta Puy, aunque yo creo que no. La dureza de la vida, lo explica en una frase, «nos hilvanaron y no nos cosieron, pero la vida nos ha cosido a fuerza de remiendos ». Con este homenaje en la tierra que les viera nacer, recuperando la memoria de la «desmemoria» impuesta por el pacto de olvido tácito que fue la transición, que doblegaba a los supervivientes y sus descendientes, se cerrarán las heridas que nunca debieron abrirse
Ana García
Santamaría
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