El presidente de Irujo Etxea relató en su ausencia la vida del escultor
La
asociación Irujo Etxea entregó, en esta ocasión, el XIV Premio Manuel Irujo al
artista Néstor Basterretxea por toda una vida entregada a recrear, a través de
distintas obras y medios artísticos -como la escultura, la pintura o el cine-,
la cultura y la identidad del pueblo vasco.
La cita
se celebró el sábado 7 de junio. Comenzó con un aurresku a las 12.30 h. en la
plaza Santiago y siguió con la entrega del premio en el salón de actos de la
Mancomunidad de Montejurra. El presidente de Irujo Etxea, Koldo Viñuales,
inauguró la ceremonia y, entre cantos de la coral Ereintza, explicó que, debido
a la frágil salud del homenajeado, el galardón se le entregó dos semanas antes
en su caserío ‘Idurmendieta’, de Hondarribia.
Así, el
acto continuó con la lectura, por parte de Viñuales, del relato de la vida de
Basterretxea, en el que se contaba cómo, nacido en Bermeo y siendo un niño,
tuvo que exiliarse en Francia huyendo de la Guerra Civil, para después tener
que escapar hacia América debido a la ocupación nazi. Allí, en el nuevo
continente, tras una odisea que finalmente desembarcó en Buenos Aires, perdió
su idioma materno, el vasco, pero no su gran amor por la tierra que le vio
nacer.
Creció
en la capital argentina y comenzó a trabajar como dibujante de publicidad para
Nestlé. Lo despidieron y eso le permitió centrarse en su verdadera pasión:
dibujar y pintar con libertad. También allí, conoció a Oteiza, su mejor amigo,
quien malvivía en Buenos Aires, y regresó a Madrid a casa de sus padres. No fue
la única persona especial que conoció: se casó con María Isabel Irurzun,
argentina hija de vascos, con la que decidió ir a Euskal Herria como viaje de
novios.
La
pareja aterrizó en Madrid y lo primero que hizo fue a visitar a Oteiza, quien
lo animó a participar en un concurso de murales en la cripta de Arantzazu. Ganó
y el matrimonio pasó a vivir en la capital española. Sin embargo, interrumpió
sus trabajos en el santuario por ir a Marruecos a realizar la mili y, estando
allí, las autoridades eclesiásticas borraron los murales por ser ‘demasiado
modernistas’. Tuvieron que pasar 30 años para que Basterretxea pudiera culminar
la obra que comenzó en 1952.
Su
trabajo siempre ha girado en torno a la cultura vasca. “Me preocupaba la
pérdida de idiosincrasia de pueblos como los indígenas americanos o los propios
vascos”, explicaba en su relato. Por ello también participó en el mundo del
cine, como en el documental ‘Ama Lur’ (1966); e incluso fue Consejero de
Cultura del Gobierno Vasco.
Hoy,
con 90 años, continúa colaborando en proyectos orientados a la recuperación del
idioma y la cultura, tal y como explicó en un vídeo de agradecimiento por el
premio Manuel Irujo, proyectado tras la lectura de su relato biográfico y
la intervención de Peio Aguirre, responsable de la exposición sobre el artista
en el Museo de Bellas Artes de Bilbao.
Después, en nombre de su
padre, Mónica y Mikel Basterretxea recogieron el anagrama de la asociación
estellesa, el ‘Seiburu’ y la medalla con la efigie de Manuel Irujo. Tras cantar el ‘Agur Jauna’, el acto finalizó con un
aperitivo en la plaza Santiago.
Relato de la Revista Calle Mayor
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